Noche de san Juan. Félix Lope de Vega Fragmento de la obra Jornada primera Salen Doña Leonor, dama, e Inés, criada. Leonor: No sé si podrás oír lo que no puedo callar. Inés: Lo que tú supiste errar, ¿no lo sabré yo sufrir? Leonor: Perdona el no haberte hablado, Inés, queriéndote bien. Inés: Ya es favor de aquel desdén pesarte de haber callado. Leonor: No me podrás dar alcance sin un romance hasta el fin. Inés: Con achaques de latín, hablan muchos en romance. Leonor: Las destemplanzas de amor no requieren consonancias. Inés: Si sabes mis ignorancias, lo más claro es lo mejor. Leonor: ¿Tengo de decir, Inés, aquello de escucha? Inés: No, porque si te escucho yo, necio advertimiento es. Leonor: Vive un caballero indiano enfrente de nuestra casa, en aquellas rejas verdes, cuando está en ellas, doradas. Hombre airoso, limpio y cuerdo, don Juan Hurtado se llama; dijera mejor, pues hurta, don Juan Ladrón, sin Guevara. Éste, que mirando en ellas, las tardes y las mañanas, no curioso de pintura los retratos de mi sala, sino mi persona viva, como papagayo en jaula siempre estaba en el balcón diciendo a todos: "¿Quién pasa?" Debió de pasar amor, que como el rey que va a caza a las águilas se atreve, cuanto y más a humildes garzas. Parándose alguna vez, preguntole cómo estaba; respondió: "Como cautivo", y miraba mis ventanas. De sus ojos y su voz a mi labor apelaba; mas pocas veces defienden las almohadillas las almas. Muchas, te confieso, amiga, que los ojos levantaba por ver si estaba a la reja, que no por querer mirarla. Di en cansarme si le vía, ¡oh, qué necia confianza! que pesándome de verle, de no verle me pesaba. Dicen los que saben desto, Inés, que el amor se causa de unos espíritus vivos que los ojos de quien ama a los opuestos envían, y como veneno abrasan de aquellas sutiles venas la sangre más delicada.