La tercera exhortación de Francisco asume en profundidad una de las líneas doctrinales destacadas por el Concilio Vaticano II: la llamada universal de la santidad. Y dice a la mayoría del Pueblo de Dios, al cristiano medio, al «vecino de la puerta de al lado», que la santidad, por ser gracia y don de Dios, es un ideal accesible a todos los bautizados, a todos aquellos que sean capaces de acoger con humildad las bienaventuranzas de Jesús como un don, como una gracia y como una alegría en el Espíritu Santo.Abriendo el corazón a Dios, acogiendo su mensaje, dejando que Él nos modele por dentro, llegaremos a ser santos porque la santidad es dejar que Dios nos cambie el corazón y seamos transparencias de su amor y de su paz.