¿Alguna vez has sentido la música como una experiencia que va mucho más allá del terreno auditivo? Me refiero a una sensación real e intensa, tan cálida como el abrazo de ese amigo que está dispuesto a no dejarte caer. Me retraigo a ese mismo sentimiento vivido hace casi dos décadas después de escuchar Farolito, Meditação, Izaura o Sampa por primera vez. Esa voz; esa guitarra; esas letras; esa atmósfera de consuelo sólo comparable a la haber encontrado un refugio en medio del aguacero o un bálsamo secreto capaz de curar cualquier herida del alma. Figura clave en el devenir de la música popular, el influyente legado de João Gilberto (1931-2019) trasciende épocas, estilos y nacionalidades, tal y como han reflejado los estudios de Marc Fisher, Francesco Bove o Bryan D. McCann. Sin desmerecer sus contribuciones, el crítico José Eduardo Homen de Mello (1933-2020), más conocido como Zuza, fue el que mejor entendió tanto a la obra como a su creador. Hablamos no sólo de una personalidad poliédrica escritor, productor, musicólogo o director artístico, entre otras facetas, sino de un testigo directo del nacimiento y explosión de la bossa nova a finales de los años cincuenta. Más allá de la admiración y amistad, entrevistó al músico de Bahía docenas de veces y, durante más de veinte años, estudió su obra con minuciosidad hasta el punto de sentar cátedra en la materia. Tras su desolador ocaso, la muerte de Gilberto y el sentimiento de pérdida irreparable que acompaña el adiós a los genios hicieron que Zuza se decidiera a dar forma a una biografía en la que trabajó de forma metódica durante un año. Competía con una enfermedad terminal que, más pronto que tarde, se lo tendría que llevar, pero el autor consiguió terminar Amoroso apenas cuatro días antes de morir. Consiguió, por tanto, su último gran objetivo. Mediante la editorial Libros del Kultrum, la edición de Ercilia Lobo viuda del autor y la traducción de Antonio Jiménez Lobato llega a nuestras librerías el que, muy posiblemente, sea el mejor análisis que se ha escrito sobre el sumo sacerdote de la música brasileña. Debo sostener esa afirmación no sólo por el sereno retrato humano que se ofrece de Gilberto, sino haber reflejado en sus líneas el papel que tiene la música como elemento fundamental en nuestra vida. «La música que aporta; la música que educa; la música que salva», sostiene la misma Ercilia. A lo largo de cuatrocientas páginas, Zuza desgrana una vida consagrada a la creación, profundizando tanto en el personaje como en sus canciones; su acento característico y su dicción, sus mágicos fraseos y su forma de tocar la guitarra; las dimensiones desproporcionadas de su obra y los puentes simbióticos que estableció con otras figuras a las que se ligó su vida profesional y personal, como Tom Jobin, Elizeth Cardoso, Stan Getz, Caetano Veloso o la que fue su esposa, Astrud Gilberto. Zuza fue cuidadoso; maximizó aspectos que podrían pasar desapercibidos para cualquier oyente de Gilberto con el objetivo d