"Y allí estábamos en los versos del tango, los aplausos y las risas y la alegría cuando, de pronto, que se aparece Montserrat. Sola y su alma. Empapada de pies a cabeza, con el mismo vestido de la inauguración de la tienda, pero como deshilachado, descubriendo carne, y peinadita como Dios le dio a entender, que era más bien despeinada, y medio maquillada, pero sin poder ocultar los moretones en el rostro y brazos."