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Una de las novedades que aportó la Segunda Guerra Mundial al desarrollo de las operaciones bélicas, fue el establecimiento de unidades de fuerzas especiales, contingentes dedicados a actuar tras las líneas enemigas. Hasta entonces, esas acciones se habían realizado de manera puntual por formaciones reclutadas ad hoc. Todo cambió con las grandes victorias del Tercer Reich al principio de la guerra. Gran Bretaña fue la pionera en la formación de estos comandos en el decisivo verano de 1940, pero pronto otros contendientes fueron realizando sus aportaciones. Estas unidades de fuerzas especiales actuaron en todos los frentes de batalla: desde incursiones en el Canal de la Mancha hasta las junglas de Birmania, pasando por el Mediterráneo y el norte de África. Sus acciones fueron claves para el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial: retrasaron el programa nuclear nazi con incursiones en Noruega, intentaron asesinar a Rommel o tomaron puentes vitales durante el Día D en Normandía. También tuvieron un protagonismo importante en el frente del Pacífico, realizando misiones arriesgas en las junglas de Birmania y Nueva Guinea. Las potencias del Eje también recurrieron a este tipo de unidades especiales. Los brandeburgueses de Hitler fueron una verdadera pesadilla para los aliados: tomaron campos petrolíferos en el Cáucaso, rescataron a Mussolini o encabezaron un golpe de estado para mantener a Hungría en la guerra. Destacaron también los italianos con sus audaces incursiones de hombres ranas guiando torpedos que causaron gran daño a las unidades navales británicas.