Todo catequista tiene o debería poseer algo de artista, algo de payaso, algo de niño. Su vocación misma es la comunicación, no de cualquier noticia, sino de la Buena Noticia, que no puede ser compartida sino con una profunda pasión, convicción y un profundo gozo. Como todo anuncio gozoso, el Evangelio se transmite así: con simpleza, con espontaneidad, con asombro, con ternura, con profunda alegría, como quien muestra algo bello. Este libro propone al catequista, y a cualquier evan-gelizador, reflexiones y dinámicas que desarrollen sus habilidades de comunicación, desde un sentido espi-ritual y práctico. Toma la comunicación de persona a persona como la única efectiva en la transmisión del Evangelio, en el sentido de un diálogo profundo que pretende conquistar almas.