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El 3 de julio de 1898 España pierde sus últimos territorios de ultramar en América y Asia, que pasarían a manos de los Estados Unidos, nación que, a la larga, sería incapaz de conservar y de configurar aquellos lugares de reconocido prestigio en la órbita occidental bajo su propia tutela. El mismo desdén evidenciado durante la conquista de California no les sirvió a los norteamericanos para ocupar aquellos otros territorios. España había recreado en Cuba y Filipinas un gusto, una acción de vida y un tipo de civilización que jamás volverían a verse por aquellos lares tan lejanos. Nunca más tendrían sus pobladores el nivel de educación, el ambiente y el espacio social que habían venido disfrutando hasta entonces. Ciertamente, aquellas provincias al final se perdieron por culpa de oligarquías como la catalana, que quisieron mantener a toda costa la esclavitud en las islas, con gran perjuicio para sus gentes y su economía. Cuando se eliminó el sistema esclavista ya era tarde: los ciudadanos allí radicados buscaron desvincularse de España. Finalmente, como en buena parte de Hispanoamérica, aquellos territorios caerían en manos del comunismo, que se erigió inicialmente en Cuba. Quienes sucedieron a los españoles no fueron gobiernos liberales, sino oligarquías locales incapaces de moderar algo mejor. Al abandonar España los mencionados territorios, los anglosajones se apoderaron de sus recursos, su cultura y su libertad, sumiéndose, en el medio plazo, en el más absoluto de los desastres.