La idiosincrasia, la cultura, la geografía, las razas y las lenguas se han ido modificando a través de los siglos o desapareciendo en muchos casos, sobre todo aquellas lenguas que no tenían escritura, como la pinutl o pirome, hablada por los totorames, que habitaron la región de la costa del Pacifico desde el Río Lerma de Santiago hasta Cualiacán. Esta novela intenta bosquejar la evolución de una estirpe del Señorío de Teimoac: los descendientes del guerrero nahual-jaguar del lunar de media luna, Opochtli Mozcaliqui, el Resucitado, en su viaje al inframundo, que duró cuatro años, y quien logra llegar hasta el Mictlán, venciendo los nueves niveles o infiernos y en el noveno atraviesa nueve ríos donde se enfrenta a su conciencia para poder llegar purificado a la presencia de Mictlantecuhtli y Mictecacíhuatl, quien lo devuelve a la vida porque no está muerto. Su descendencia hereda el lunar de media luna en la pantorrilla derecha. Aunque no se manifieste en alguna generación, su sangre continúa corriendo por sus venas. En cada época de esa región de la costa acontecen hechos relevantes que marcan la historia de Santiago y sus alrededores: las batallas en la Conquista, las haciendas y fuertes en las encomiendas, la construcción de barcos, la aurora boreal, la peste, la destrucción total del pueblo a consecuencia de un incendio, hasta llegar siguiendo la descendencia de la estirpe del lunar de media luna en los años setenta del siglo XX con la Liga 23 de Septiembre; las inundaciones y el derrumbe del reloj de la presidencia. Una novela que invita a reflexionar lo que perdimos y seguimos perdiendo ante otros países que nos han invadido en todos los aspectos. Lo más sentido es que perdemos nuestras raíces y cultura a cambio de baratijas cibernéticas.
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