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Durante los siglos XIX y XX, la música argentina inscribe su punto de partida, su organización y sus cambios. En otras palabras, se define a sí misma. La música argentina del siglo XXI transita un gran desafío en construcción: la continuidad o ruptura con una historia de más de un siglo de composición detrás. El nombre de Gerardo Gandini toma un relieve particular en esta transición. Se trata sin duda de uno de los más notables compositores argentinos del siglo pasado y, paralelamente, se lo signó como uno de los precursores inevitables de la nueva música argentina de este siglo. Es probable (o no) que Gandini haya escrito su música contemplando esta historia. Su música siempre articula, asiste a mutaciones imprevistas sobre las cotidianas citas con las que sus ensoñaciones convivían. Chopin, Schumann, los resabios de aromas de Villa del Parque, o los viejos discos de su padre fundan una alquimia (nuevamente improbable) sobre el discurso musical Gandini. Asisitir a estos resultados sonoros, es entrometernos en ese glosario original.Los Postangos, como Eusebius, como el Concierto para Viola, o como alguna miniatura en referencia a Buster Keaton, parecen accidentes voluntarios, tropiezos vitales encadenados en la impronta Gandini. Pero otra vez, esto es solo probable (o no lo es). Aún cuando imaginemos sin restricciones y con acierto un fideligno escenario Gandini, Gerardo ya habría bifurcado hacia otros horizontes. Porque siempre necesitaba buscar en otro lugar. De allí que los Postangos, son tan imprevistos, como a su vez una arista mas en la coherencia del compositor. Y en esta ambivalencia simultánea, estas músicas son tan improbables tangos intervenidos, como probables (o nuevamente no) obras sobre citas enormes que conocemos como tangos, aunque (y solo como probable) para Gerardo hayan sido simplemente objetos encontrados, en un camino tan esperable en él, como imprevisto.