Ay, Joaquín. Con todos se ha equivocado: con su madre Nancy, tocaya de Sinatra pero temible como Reagan. Con Imelda, quien limpiaba la casa y de ahí brincó a su cama y a su complicidad criminal. Con Isaías Balboa, seductor de viudas, a quien no debe dinero, sino algo más poderoso y temible: un libro de autoayuda. Con la casa materna, que no es tan buen escondite como imaginaba. Sólo la niña Dalila parece encerrar una oportunidad de redención. Si tan sólo Joaquín contara con tiempo y no tuviera la necesidad de explicarse, como cualquier malandrín pillado con las manos en la masa.